El renacer del vino en la Tierra Santa
De las viñas bíblicas a una revolución enológica que conquista el mundo
Por siglos, la vid fue una protagonista silenciosa en la Tierra Santa. Entre colinas ancestrales, suelos volcánicos, desiertos convertidos en oasis y brisas mediterráneas, la uva creció allí como si supiera de memoria la historia que estaba destinada a contar. Una historia que comienza en la Biblia, se apaga durante más de un milenio y renace con fuerza en el siglo XX, hasta colocar hoy a Israel en el mapa vinícola global.
Ecos bíblicos entre viñedos
La vid fue uno de los primeros símbolos de prosperidad en la cultura israelita. Las Escrituras relatan a Noé plantando una viña tras el diluvio o el gigantesco racimo que los espías de Moisés trajeron de Canaán. Para los antiguos hebreos, sentarse bajo la propia vid era sinónimo de plenitud, un retrato de la tierra que fluía “leche y miel”.
En tiempos de Jesús, el vino era parte inseparable de la vida cotidiana. Su presencia en bodas, parábolas y cenas rituales refleja un paisaje dominado por terrazas de viñedos, lagares de piedra y ánforas selladas con resina. No eran tiempos de vinos complejos, pero sí de una cultura profundamente vitícola, integrada en el ADN del Mediterráneo oriental.
Siglos de silencio
Esta tradición se quebró con la llegada del dominio musulmán en el siglo VII. Las restricciones religiosas sobre el alcohol redujeron la producción a su mínima expresión ritual. Durante más de mil años, la Tierra Santa vivió casi sin vino, como un país que había olvidado su lengua materna.
El barón que trajo de vuelta las uvas
El renacimiento no llegó hasta finales del siglo XIX. Atraído por la idea de revitalizar la tierra, el barón Edmond de Rothschild —propietario de Château Lafite— envió cepas francesas, técnicos y capital para plantar viñedos modernos. Fundó las bodegas Carmel y convirtió localidades como Rishon LeZion y Zikhron Ya’akov en los nuevos epicentros del vino israelí.
Aun así, el país necesitaría casi un siglo más para competir de nuevo con el mundo.
Los años ochenta: el despertar enológico
La verdadera revolución llegó con la creación de Golan Heights Winery en 1983. Sus viñedos de altura —entre 400 y 1.200 metros— demostraron que Israel poseía terroirs capaces de producir vinos elegantes y complejos. Fue el inicio de una modernización acelerada: fermentaciones controladas, estudios de suelos, selección clonal, barricas de precisión y una filosofía centrada en la calidad.
A partir de ahí surgieron bodegas boutique en rincones impensables: colinas de Judea, montañas de Galilea, valles bañados por el Mediterráneo e incluso el desierto del Néguev, donde la tecnología convirtió la aridez en un laboratorio enológico.
Hoy existen más de 300 bodegas en Israel, muchas de las cuales reciben premios y altas puntuaciones en guías internacionales.
La dimensión kosher: tradición sin fronteras
En medio de esta efervescencia, el vino kosher cobra un protagonismo inesperado. Contrario a lo que muchos piensan, no es un tipo distinto de vino, sino uno elaborado bajo estrictas normas de kashrut: ingredientes permitidos, instalaciones certificadas y manipulación exclusiva por personal judío observante desde la llegada de la uva a la bodega. El resultado puede ser un Cabernet complejo, un Sauvignon vibrante o un rosado delicado: la certificación no define el sabor, sino el proceso.
Existe además el término mevushal, que designa vinos pasteurizados suavemente para poder ser servidos por cualquier persona sin perder su condición kosher, aunque los vinos de gama alta suelen evitarlo.
Lo notable es que el vino kosher ya no es una categoría local. Se produce en más de quince países: Burdeos, Borgoña, Toscana, Rioja, la mancha, Napa, Mendoza, el Douro portugués o los valles chilenos elaboran hoy vinos kosher que rivalizan en calidad con sus versiones tradicionales. La tradición ha traspasado fronteras.
Israel hoy: un nuevo mundo en una tierra antigua
El Israel del siglo XXI combina tecnología, diversidad geográfica y un instinto casi arqueológico por recuperar una historia perdida. Sus suelos volcánicos del Golán, las terrazas milenarias de Galilea, las laderas de Judea y los viñedos experimentales del Néguev conforman un mosaico que pocos países pueden igualar.
Pero es en el desierto donde se escribe el capítulo más innovador. En el Néguev, la viticultura se ha convertido en un prodigio de precisión. Bodegas como Nana Estate o Yatir Forest cultivan viñedos en condiciones extremas, donde el riego por goteo —una tecnología israelí de fama mundial— y las marcadas diferencias de temperatura entre el día y la noche confieren a las uvas una intensidad y una frescura únicas. Lo que antes era un paisaje árido es hoy un viñedo de vanguardia, demostrando que el futuro del vino israelí también se escribe donde el agua es más escasa y el sol, más implacable.
Las bodegas israelíes no solo han recuperado una tradición olvidada: la han reinterpretado para ofrecer vinos intensos, elegantes y profundamente modernos. Y lo han hecho sin renunciar a su identidad ni a su herencia espiritual.
La historia del vino en la Tierra Santa es, en esencia, la crónica de un regreso. Un viaje de miles de años que entrelaza pasado y futuro, fe y ciencia, desiertos florecientes y terrazas verdes. Un viaje que demuestra que, a veces, una copa de vino puede contener la esencia misma de un país

Redacción La Gaceta del Vino
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