Mucha madera, poca madera, nada de madera. Seguimos queriendo influir en el consumidor
Todos sabemos que en esto del vino las modas influyen bastante. Quizá sea el afán de dar al consumidor lo que más le gusta, o al menos lo que creemos nosotros que más le gusta. Pero esto se convierte muchas veces en exigir que el consumidor tome lo que nosotros creemos que le gusta, vinos que hemos elaborado para que “le gusten”, sin haberle preguntado primero lo que realmente le gusta.
Al hablar de este tema, siempre pongo el mismo ejemplo que me dijo una persona hace muchos años: países como Chile o Australia, cuando querían vender vino en Alemania, por ejemplo, primero iban allí, ojeaban los supermercados, veían lo que más se vendía (en este caso, vinos blancos, afrutados, ácidos, tipo riesling) y así, al cuando volvían a vender lo hacían con un vino similar a esos. A los alemanes, al catarlo, les resultaba familiar a lo que ellos bebían y, por tanto, lo compraban.
Mientras tanto, nosotros les llevábamos nuestros estupendos vinos, tintos, con cuerpo, con madera y de variedades totalmente desconocidas para ellos. No les resultaban de su total agrado y por tanto compraban otros.
Afortunadamente, esto ha cambiado, al menos en parte, bien porque hemos cambiado nosotros, bien porque hemos sabido cambiar sus gustos o se han acostumbrado a nuestros vinos.
Dejando este ejemplo, vamos al meollo del artículo. Y es que estoy notando ese mismo defecto en muchos gurús del vino y por tanto en muchas bodegas que los siguen ciegamente con tal de conseguir algún punto más en sus vinos que los hagan venderse más fácilmente.
En estos momentos está de moda que los tintos tengan poca madera (yo también soy partidario de ello, pero eso no es caso) y pasamos a hacer vinos sin madera o con muy poca madera, denostando a quien le gusta el vino con madera, mirándolo de reojo y casi con desprecio por inculto y por beber “madera”, “duelas” y cien nombres despectivos con que se le llama. Hay colectivos que se ríen tanto de quien bebe esos vinos, como de quien los hace. En fin, volvemos a lo mismo de siempre, a intentar influir en el gusto de los consumidores.
Será por costumbre, porque lleven años bebiéndolo así, hay quien le gusta que el vino tenga el toque de madera, incluso mucha madera, ya que lo asocia a calidad, o por lo que sea, el caso es que le gusta así. Igual que hay quien no le gusta el vino blanco afrutado y rememora el vino en rama “antiguo” que sabía a vino en lugar de a plátano, manzana, melocotón o mango. Y quien dice que las flores son para el campo, no para el vino. Y luego hay quien busca el vino floral, afrutado con cuantas más frutas y aromas mejor. Y es que hay toda clase de gustos.
¿Y es mejor un consumidor que otro? No, ni mucho menos, pero muchos seguimos nuestras propias pautas, dejando de lado a los consumidores y queriendo indicarles, quieran o no, lo que les debe de gustar.
Y si hay quien le gusta el vino tinto potente, de alta graduación, con madera, o el blanco igualmente con grado ¿es diferente a quien le gusta todo lo contrario? No. Ese ha sido y es nuestro gran defecto, sabemos más que nadie de vinos y muchas veces despreciamos a quien no opina como nosotros, lo tratamos de incultos, de no saber lo que beben y no tener gusto ninguno. Quizá muchos de estos, al verse relegados en sus gustos, se cambie a una cerveza, fresca, sin pretensiones, sin dimes y diretes, sin gurús, ni sabios, ni nada de nada.
Pensémoslo.
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