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Francia inyecta 130 millones de euros para salvar su viticultura: ¿Una solución a una crisis estructural?

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El gobierno francés anunció el 28 de noviembre un paquete de emergencia de 130 millones de euros para apuntalar su sector vitivinícola, históricamente emblemático pero ahora sumido en una crisis profunda. Esta medida es la respuesta a una tormenta perfecta que combina una drástica caída del consumo interno e internacional, los efectos tangibles y costosos del cambio climático (como heladas, olas de calor y granizos) y las tensiones comerciales heredadas, que han dificultado las exportaciones. El resultado es un sector con excedentes crónicos, bodegas asfixiadas financieramente y una rentabilidad en picado, especialmente en regiones de menor prestigio.

El plan de rescate se centra en varios frentes concretos. La partida principal financiará el arranque de viñedos en zonas especialmente afectadas, como la cuenca mediterránea, con el objetivo declarado de reequilibrar la oferta reduciendo la superficie vitícola. Paralelamente, París ha solicitado a la Comisión Europea activar mecanismos comunitarios de crisis, incluyendo la destilación de excedentes, una medida que permite transformar el vino sobrante en alcohol para usos industriales, inyectando así liquidez inmediata. Además, se contempla prorrogar las ayudas para aligerar los elevados gastos sociales que soportan los viticultores.

La reacción en el sector y entre los expertos es de cauteloso agradecimiento, mezclado con un escepticismo palpable. Muchos ven las ayudas como un bálsamo necesario para evitar quiebras masivas a corto plazo, pero cuestionan si abordan la raíz de un problema estructural. Las críticas apuntan a que el sector necesita una transformación más profunda que simples subsidios o la destrucción de excedentes, señalando que estas medidas son parches recurrentes que no cambian el modelo de fondo.

Las voces críticas insisten en que la verdadera solución pasa por acelerar la adaptación al cambio climático con variedades más resistentes, reinventar la comunicación para conectar con jóvenes consumidores que priorizan la calidad y la sostenibilidad, y diversificar los mercados de exportación de manera estratégica. La crisis no es exclusivamente francesa, como evidencian las protestas de viticultores en España e Italia, lo que indica un malestar europeo compartido que trasciende las ayudas nacionales de emergencia.

Por lo tanto, los 130 millones de euros funcionan principalmente como un salvavidas financiero para un sector que se ahoga. La pregunta que persiste es si la viticultura francesa, con todo su peso histórico y cultural, necesita algo más que rescates puntuales: necesita una reinvención estratégica integral para el siglo XXI. El tiempo, y la evolución de los próximos desafíos climáticos y de mercado, darán la verdadera medida del éxito o el fracaso de este enfoque.

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